Se publicaba ayer domingo 22 de julio en el diario Información de Alicante, un artículo informando sobre la solicitud de la acusación particular para investigar al profesor Carlos Rosser como parte responsable en el proceso de venta de las cuotas participativas de la CAM como producto de estafa. Presentándome como uno de los cincuenta y cinco mil damnificados por la compra de dichas cuotas, me gustaría analizar la responsabilidad del mismo en dicho proceso. También reconozco haber sido alumno del profesor Carlos Rosser para que ustedes mismos juzguen mi opinión, que intentará ser lo más objetiva posible. Mi pretensión no es defenderle a él particularmente sino, más bien, desde un punto de vista propio, depurar responsabalidades en un proceso de formación y comercialización.
¿Se han preguntado ustedes cuantos productos compramos con alguna influencia que afecte en nuestra decisión? Cuando un facultativo le receta una marca farmacéutica concreta, ¿ha sido visitado previamente por un comercial de dicho laboratorio? Cuando usted compra un producto y le pregunta al vendedor, ¿en realidad piensa que le recomienda una marca concreta desinteresadamente?
Segunda parte, usted comprueba que el producto no es lo que esperaba y se siente engañado o estafado por el vendedor, ¿quién es el culpable de dicha estafa? En este contexto chocamos con la venta de un producto que afecta al bien más preciado por la sociedad hoy: el dinero.
La cuestión es que, aun dando por hecho que se trata de una estafa, el responsable de la misma debe ser el ordenante, el autor, el director. La dirección de la CAM encargada de ordenar a sus empleados la venta de las cuotas como producto seguro, deben ser los responsables totales de dicho timo. Los empleados o el profesor que les explica cómo dirigirse a los clientes con la mayor efectividad para cumplir con su trabajo, son bisturís en manos del cirujano. La orden de seguir extrictamente los métodos aprendidos no es de éste o cualquier otro formador, sino del superior en la empresa que da la orden al empleado internamente.
Además, en defensa del profesor y como crítica al titular del artículo: “Si se resiste, hipnotízalo”, la hipnosis de la que hablamos puede confundir al lector si se entiende como una manipulación física de la mente, en lugar del arte de la convicción que cualquier mortal, desde que es un bebé, sabe utilizar. El señor Carlos Rosser enseña técnicas de venta a sus alumnos para que éstos las utilicen o no si lo creen conveniente. Los métodos enseñados se acercan más a la habilidad de convicción, que al método hipnótico realizado por un psiquiatra experimentado.
En resumen, creo que deberíamos depurar responsabilidades y entender que alguien debe pagar por la venta fraudulenta de productos con riesgo, pero que la responsabilidad debe recaer en los pensadores, creadores y dirigentes de tal estafa y no en los profesionales que ejecutan sus órdenes. Si no piensan igual que yo, quizás creen que se debería juzgar a empleados y mandos intermedios de todas las entidades financieras de España que le han vendido un producto defectuoso.